Hace un par de años me di cuenta de algo que nunca había analizado demasiado, aunque una vez que lo vi me pareció tremendamente obvio y, mirando hacia atrás, de alguna manera ya lo sabía, porque durante una época mi mejor amiga solía decir que las personas dicen o hacen cosas, hablan o interpretan lo que sucede a su alrededor de acuerdo a “su propia construcción de la realidad”.
Un
tiempo después, en una época de profundas conversaciones llegué a darme cuenta
realmente de aquello. Cada vez que veo lo que sucede a mi alrededor, cada vez
que escucho alguna historia o escucho a alguien hablar, cada vez que alguien me
pregunta mi opinión o me pide un consejo, cada vez que me detengo a analizar mi
entorno lo estoy haciendo desde mi.
Desde mi perspectiva, desde toda mi historia de vida, desde todo lo que he
aprendido, desde lo que creo bueno o malo, desde las emociones que aquello me
provoca.
Es
importante darnos cuenta de esto, porque a veces es muy fácil juzgar a los
otros, actuar de forma arbitraria o tratar de imponer nuestra forma de pensar
sobre los demás.
Viví
y obré haciendo siempre mi mayor esfuerzo por tener esto presente hasta hace un
poco más de un mes.
Con
el nuevo año llegó a mí la oportunidad de vivir una experiencia increíble que
me hizo dar cuenta de que el hecho de estar consciente de mi parcialidad al
momento de actuar no era suficiente, porque mi forma de ver la vida y las cosas
era estrecha.
Conocí
un grupo de gente maravillosa que por medio de conversaciones, aventuras y
experiencias me enseñó un montón de nuevas perspectivas, o lentes, como les llamamos nosotros.
Vivimos
una aventura de tres semanas en el extremo sur del planeta, en medio de la exuberante
y verde vida de los bosques del Cabo de Hornos, compartiendo con profesores y
estudiantes de áreas del conocimiento tan diversas como biología, filosofía,
teatro, genética, geografía, economía, periodismo, inglés… y cada una de estas
hermosas personas me enseñó una nueva forma de ver la vida, me enseñó a ver el
mundo que me rodea de una forma más amplia: ahora ya no veo las cosas desde mis
propios lentes, sino también a través de los lentes de cada uno de ellos, de
una forma más amplia, más comprensiva, más tolerante.
Uno
podría pensar que tres semanas, comparado a 8 años de vida universitaria no son
nada. Sin embargo puedo decir con firmeza que en esas cortas tres semanas
aprendí más sobre la vida, sobre mi misma y sobre la forma de ver el mundo que
en los últimos ocho años.
Pero
esta aventura de tres semanas en el extremo sur de este hermoso país no solo me
enseñó sobre los nuevos lentes. Allí terminó por despertar en mi aquella
urgencia por salir de aquel lugar al que todos llaman “realidad” porque para mí
aquello no es la realidad ni mi verdadero hogar. Me di cuenta de que aún me
falta tanto por vivir y conocer para encontrar mi lugar en la vida y en el
mundo.
Se acabó el escape de este verano y es momento de volver a esa “realidad”.
¿Qué es la “realidad”?
Me cuesta imaginar el momento de enfrentar aquello que me parece tan lejano, tan ajeno, tan extraño y tan simple.
Acabo de vivir una experiencia que cambió mi forma de ver el mundo y que reafirma ese sentimiento que me ha molestado por tanto tiempo de que no puedo vivir una vida “normal” y sin embargo tengo que volver a ella.
¿Qué es la “realidad”?
Me cuesta imaginar el momento de enfrentar aquello que me parece tan lejano, tan ajeno, tan extraño y tan simple.
Acabo de vivir una experiencia que cambió mi forma de ver el mundo y que reafirma ese sentimiento que me ha molestado por tanto tiempo de que no puedo vivir una vida “normal” y sin embargo tengo que volver a ella.
Es
fácil vivir en la ciudad, dejarse llevar por todas las comodidades, hundirse en
la rutina… quiero salir de todo eso, quiero alejarme de la rutina, quiero desprenderme
de la ciudad. Estuve dos meses lejos de mi casa y ningún solo día extrañé
aquellas “comodidades”, objetos, servicios. No los necesito.
Sé
que, tal como dice mi mamá, el ser humano es un animal de costumbres y rápidamente
volveré a acostumbrarme a todo eso, sentirme cómoda sobre todo en mi casa… pero
a la vez sé que ese deseo de salir y hacer más no se va a apagar.
Hablando
con un amigo logramos poner en palabras algo que muchas personas no logran ver:
la mayoría de las veces nos enfocamos tanto en perseguir nuestras metas que nos
cegamos a cualquier cosa que pueda ocurrir en el camino y no vemos que a veces
existen caminos paralelos e incluso rumbos nuevos que nos pueden desviar de esa
meta y que pueden llegar a hacernos más felices aún, sentirnos más realizados;
podemos llegar a lograr cosas más grandes y más hermosas… solo hay que
atreverse.
No
quiero cegarme con metas poco realistas
o que no tienen sentido, quiero desviarme del camino y vivir más y nuevas
aventuras.
No
es que no quiera volver a Santiago, a mi casa, a mis amigos, a mis obligaciones
académicas… no. Quiero hacerlo, porque es parte del desafío; porque la carrera
que estoy estudiando es la herramienta que quiero y que necesito para hacer lo
que quiero ser y hacer de mi vida; porque mis amigos son un hilo fundamental en
el tapiz que es mi vida; porque a pesar de que Santiago es una ciudad agobiante
y violenta, me enseña cosas cada día; porque he construido un refugio en esa casa
donde guardo tantos tesoros…
El
punto no es ese…


Vuelve confiada a la "realidad" porque la única realidad auténtica es lo que somos y lo que hacemos con lo que somos, todo lo demás son construcciones subjetivas. Después de todo lo vivido, tu misma eres una "nueva realidad" y eso es lo que te acompañará a donde quiera que vayas.
ResponderEliminarY porque como dice el poeta: " toda la vida es hoy", sigue viviendo cada hoy con la pasión que pones en cada cosa.
Feliz de tenerte pronto también en mi realidad.
Mil besos, te quiero compañera hermosa.
Namaste.