Desde que tengo uso de
razón, cada vez que alguno de mis amigos conocía a mi papá le decía “hola tío”.
Y mi padre se alzaba en toda su envergadura y con los puños en la cintura le
respondía: “¿Cómo que tío hueón? Yo no soy hermano de tu papá ni de tu mamá… ni
siquiera primo lejano… Yo no soy na’ tío tuyo”.
Y ahí quedaban aquellos
niños y niñas, que poco entendían el razonamiento de este enorme hombre y su
vozarrón, sin comprender muy bien qué cresta acababa de suceder. Y, claro, me
miraban medio espantados, como pidiendo explicaciones.
Esta sociedad chilena tiene
cosas muy curiosas. Una de las que más me llama la atención es esa fijación que
tiene todo el mundo de ponerle un nombre o un título a alguien que está un
escalón más arriba.
Como decirle “tío” a los
padres de tus amigos, al señor que saca fotocopias en la universidad o el que
atiende el quiosco o a tu profesora de kínder o primero básico. Como decirle “usted”
a todos los que no tienen tu misma edad o son tus amigos.
Curioso… muy curioso.
Con esta actitud que ha
tenido mi papá toda la vida, me cuesta mucho decirle tío incluso a mis
verdaderos tíos; me cuesta incluso decirle “usted” a aquellas personas que
culturalmente se supone que debería. Cuando se lo comento a mis amigos y
personas cercanas me explican este concepto diciendo que “es una cuestión de
demostrar respeto” dicen.
¿Respeto? … En serio,
¿respeto?
Hace unas cuantas semanas
tuve una clase en donde la profesora simplemente era Alejandra… ni señorita, ni profe: simplemente un nombre. “Cuando
nací mi mamá no me puso profesora como nombre, me puso Alejandra,
es tan simple como eso”. Y los alumnos levantaban la mano para hacer preguntas,
acotaciones o comentarios… y hasta tuteaban a esta profe. ¿Y ella? ¿Ustedes creen que miraba con ojos espantados que
un alumno le dijera “Alejandra, tú dijiste recién que…”?
No, todo lo contrario. Era
un gusto para ella, igual como lo ha sido para mi papá cuando lo llaman por su
nombre, poder construir una relación de igual a igual, en la circunstancia que
sea.
Llamar a alguien por su
nombre y decirle “tu” no tiene porqué ser una falta de respeto, al contrario. Para
mí el decirle “usted” al “señor profesor” o al “señor papá de mi amiga” es una
muestra de sumisión que en un ambiente como la universidad o la familiaridad de
una amistad instaura una jerarquía casi infranqueable que nos arrastra más y
más a un sistema viciado en que las autoridades son divinidades inamovibles,
todopoderosas, poseedoras de la verdad e incuestionables.
Y eso, ¿de qué nos sirve?
Hoy, un “señor profesor”, un
“doctor” que no acepta que nadie con menos de dos doctorados le hable como
igual, demostró tener menos respeto por sus alumnos que Hitler con los judíos.
La situación es simple: un
grupo de tres alumnos frente a sus compañeros presentando un tema, el profe y
la profe sentados a un costado mirando a los alumnos exponer su tema. Un día
como cualquier otro en la Facultad de Ciencias.
Pero el problema es que
estos alumnos al parecer no entendieron muy bien los objetivos del trabajo que
había que hacer. Eso, porque nadie lo explicó muy bien. Entonces la profe
interrumpe. El alumno, luego de la interrupción intenta seguir con el hilo de
lo que está diciendo. La profe vuelve a interrumpir. El alumno ya se
desconcentró.
Ahora el profe mete la
cuchara criticando la presentación, alegando que no se han cumplido los
objetivos, tirando al suelo el trabajo de estos tres alumnos. Y los tres
alumnos vuelven a sus asientos “con el rabo entre las piernas” como diría el
Chavo del Ocho, sin siquiera haber podido terminar de exponer.
Y el profe… perdón, el “señor
profesor”, el “doctor”, sin siquiera pararse de su asiento hace una crítica
descarnada de las presentaciones que fueron y que aún no han sido.
Este personaje es un hombre
muy inteligente, eso no lo pongo en duda. De hecho es tan inteligente que trató
de estúpidos a todos sus alumnos, pero de manera tan sutil que nadie se dio cuenta
en el momento.
Al terminar su perorata pasa
el siguiente grupo de tres alumnos a presentar su trabajo. Pero no pasan ni
tres minutos y vuelve a interrumpir. Y vuelve a interrumpir. Y vuelve a
interrumpir. Hasta que la profe empieza a irritarse también con los alumnos… “hágame
el esquema” “no me lea todo lo que dice ahí” “no quiero que me explique cosas
que yo ya sé”…
Las cosas no se están
haciendo exactamente como ellos las
querían, por supuesto; pero nadie les dijo a los alumnos precisamente cómo era
que había que estructurar el asunto.
Pero el problema no es ese…
el problema es que este hombre tan inteligente, tan educado, tan culto, tan “doctor
en ciencias”, tan “profesor de una de las mejores universidades de Chile” carece
de cualquier nivel de tino al momento de interrumpir repetidas veces a sus alumnos, carece totalmente de respeto por sus
alumnos y por cualquier persona que esté bajo su nivel académico: “en esta
revista publican cosas que hasta a una dueña de casa podría entender”, le dijo
a uno de sus alumnos que no había comprendido completamente un paper.
¿Respeto?… ¿me estás
hablando en serio?
Por mi parte, este par de
profesores, en este momento, no se merecen ni el más mínimo respeto; no después de haber tratado
así a sus alumnos. Y después esperan que uno les ponga buena cara. Como dicen
los católicos, “poner la otra mejilla”. No hay concepto más enfermo que ese.
Uno de los profesores que
más respeto y admiro es simplemente “el Daniel” y lo trato de “tu” y le tiro
tallas y nos reímos juntos. Es una de las personas que más me ha enseñado,
después de mis padres. Es una excelente persona, un grandioso maestro y me
inspira todo el respeto que un par de “doctores” jamás podrán merecer.
Una persona no debe ser
respetada “porque si”. Las personas deben ganarse
el respeto de los demás mediante sus acciones, sus elecciones y la forma que
tienen de relacionarse con las otras personas, sea cual sea su nivel educativo,
social, cultural, racial o el que sea.
Atte. una alumna enojada y decepcionada.
J.
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