27 de octubre de 2014

La caridad nos quita humanidad

Ha llegado, por enésimo año consecutivo, ese momento.

Recuerdo que hace unos 15 años o más llegaba ese fin de semana en particular y con mi mejor amiga planificábamos pasar de largo viendo la tele – obviamente nunca lo logramos – lloriqueando con esas historias cebollas y exageradas, de esas buscadas con lupa y paciencia de chino a lo largo y ancho del país, de esas historias que el único propósito que tenían – y tienen – es ablandarle el cucharón a las personas… o quizá, más bien, revolverle la consciencia a aquellas personas que siguen creyendo que caridad es lo mismo que solidaridad.

Me acuerdo de las historias, y también de las tantas caras de famosillos de la tele reportándose de cada rincón del país; había escenarios en cada puto pueblo, con las estrellas locales animando a la gente – muerta de calor – instando a sacar plata de sus bolsillos e ir al banco que está – convenientemente – al lado (con funcionarios, ejecutivos y cajeros trabajando literalmente toda la noche).

Si, estoy hablando de la Teletón… aquella infame propaganda que dura más de 27 horas y que le vuela la raja – en cuanto a ganancias – a la pega que cualquier publicista de este país algún día podría lograr. Aquel infame programa televisivo que se toma literalmente todos los canales abiertos de este miserable país y que todos los años limpia las culpas de los pecadoras, cual confesión con el curita, que compran y compran y compran y compran en las tiendas y marcas que participan en este show mediático.

Marcas que ganan millones de millones de pesos y desembolsan a penas una micro fracción, poniendo las mejores caras y sonrisas hipócritas, diciendo “nosotros somos los buenos, nosotros les regalamos plata a estos pobres cabros que no pueden caminar, estos pobres tontitos”.

No voy a negar que es una loable labor la que hace esta institución todo el resto del año; sin ir más lejos una de mis mejores amigas logró volver a caminar bien después de una operación en la columna gracias a Teletón. No voy a negar que han hecho mucho, por muchos. Mi problema no es ese.

Mi problema es que una vez más, una institución privada le hace la pega al Estado – sacando un buen recorte para los bolsillos de los dueños y caras visibles, obviamente.

Tampoco estoy diciendo que Chile debería transformarse en un Estado asistencialista, porque con lo flojos que somos los chilenos, ahí si que nos vamos a la cresta.

No, nada que ver.

Lo que yo digo es que es el Estado chileno el que tiene que hacerse cargo de situaciones como la que afronta la Teletón, o Techo, o el Hogar de Cristo, o COANIL, o COANIQUEM y tantas tantas tantas otras instiruciones privadas que profitan de las donaciones de privados. Y que más encima nos cagan a nosotros, los chilenos promedio que pagamos impuestos. Porque las grandes tiendas engañas a los crédulos con esa frasecita de “¿quiere donar los pesos a fundación lo-que-sea?”. Falta agregar una cosita, un detalle, a esa frase, sería mucho más honesto que dijeran “y así le hacemos creer al Estado que nosotros estamos donando esa plata, y así no pagamos impuestos”. Al final las donaciones les hacen todos los jiles que aún no cachan que los están cagando con la sonrisa hueona y el letrerito de “Este mes hemos reunido $xxxx” con la cara de ternura del niño pelado de quimioterapia.

Y ahí viene el otro problema, porque se aprovechan de la imagen y la historia de los pobres niños con cáncer, con quemaduras, con un brazo menos, con alguna enfermedad neurológica…
  
Hace un rato leí un artículo de opinión bastante interesante a propósito de la Teletón mexicana, fundación nacida en la década de los noventa, inspirada en la Teletón Chilena (fundada en 1978, herencia de un gobierno dictatorial y destructor de los Derechos Humanos)


El Comité sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad de la ONU, por medio de un informe entregado esta semana recomendó al gobierno de México a dejar de fomentar la Teletón y señaló que es deber del Estado el “establecer una distinción clara entre el carácter privado de las campañas Teletón y las obligaciones que el Estado debe acometer para la rehabilitación de las personas con discapacidad”. Además, hizo notar su preocupación por “la falta de acciones específicas implementadas por el Estado para prevenir y eliminar la discriminación que enfrentan las mujeres y niños con discapacidad”

Alejandro Hernández, Presidente y Director Ejecutivo de la Fundación Nacional de Discapacitados señala que la Teletón no es más que una “campaña que está en punta con los Derechos fundamentales de las personas con discapacidad y quienes somos sus familias. Campaña ruidosa que lo único que ha logrado es instalar en el inconsciente colectivo y del empresariado chileno, que integrar es hacer un favor”.

Hernández dice también, en su artículo que “gracias a esta campaña que posiciona a las personas con discapacidad como sujetos de caridad pública y no como sujetos de derechos, vemos a un gobierno y a un ente estatal como SENADIS (Servicio Nacional de la Discapacidad), amarrado de pies y manos, amordazado hace años, en el intento de realizar acciones de promoción de los derechos humanos de las personas con discapacidad. La campaña impide que el Estado de Chile tome conciencia y cumpla con sus responsabilidades y obligaciones al respecto. Esas mordazas tienen claramente impreso el sello rojo en forma de “corazón”. Realizar acciones de difusión sería ayudar a “despertar la conciencia del pueblo chileno” y dejar en evidencia la locura de la campaña farandulera.”

Porque claro, igual que en el Imperio Romano, estamos cegados por el “pan y circo”. La tele enajena y disminuye las capacidades de cada persona pensar por sí misma y ver que en realidad las cosas no están tan bien como nos hacen creer. Por surte hay algunos que ya nos hemos dado cuenta de eso… ahora falta unirnos y lograr el cambio que esta sociedad necesita.

Siempre me llama la atención que cada vez que hago este tipo de comentarios la gente me mira con cara de “¿Me estás hueviando? ¿Cuál es tu problema?”. Que agradable es ver que no soy la única que piensa así.

Ahora falta que esta sociedad aprenda que caridad no es lo mismo que solidaridad, y que si nos escondemos detrás de la caridad nunca vamos a lograr que nuestro chilito querido avance a ningún lado.



Y me importa bien poco si piensan menos de mi por esto.

Javi Malebrán

16 de abril de 2014

¿Respeto? ¿Gratis?

Desde que tengo uso de razón, cada vez que alguno de mis amigos conocía a mi papá le decía “hola tío”. Y mi padre se alzaba en toda su envergadura y con los puños en la cintura le respondía: “¿Cómo que tío hueón? Yo no soy hermano de tu papá ni de tu mamá… ni siquiera primo lejano… Yo no soy na’ tío tuyo”.

Y ahí quedaban aquellos niños y niñas, que poco entendían el razonamiento de este enorme hombre y su vozarrón, sin comprender muy bien qué cresta acababa de suceder. Y, claro, me miraban medio espantados, como pidiendo explicaciones.

Esta sociedad chilena tiene cosas muy curiosas. Una de las que más me llama la atención es esa fijación que tiene todo el mundo de ponerle un nombre o un título a alguien que está un escalón más arriba.

Como decirle “tío” a los padres de tus amigos, al señor que saca fotocopias en la universidad o el que atiende el quiosco o a tu profesora de kínder o primero básico. Como decirle “usted” a todos los que no tienen tu misma edad o son tus amigos.

Curioso… muy curioso.

Con esta actitud que ha tenido mi papá toda la vida, me cuesta mucho decirle tío incluso a mis verdaderos tíos; me cuesta incluso decirle “usted” a aquellas personas que culturalmente se supone que debería. Cuando se lo comento a mis amigos y personas cercanas me explican este concepto diciendo que “es una cuestión de demostrar respeto” dicen.

¿Respeto? … En serio, ¿respeto?

Hace unas cuantas semanas tuve una clase en donde la profesora simplemente era Alejandra… ni señorita, ni profe: simplemente un nombre. “Cuando nací mi mamá no me puso profesora como nombre, me puso Alejandra, es tan simple como eso”. Y los alumnos levantaban la mano para hacer preguntas, acotaciones o comentarios… y hasta tuteaban a esta profe. ¿Y ella? ¿Ustedes creen que miraba con ojos espantados que un alumno le dijera “Alejandra, tú dijiste recién que…”?

No, todo lo contrario. Era un gusto para ella, igual como lo ha sido para mi papá cuando lo llaman por su nombre, poder construir una relación de igual a igual, en la circunstancia que sea.

Llamar a alguien por su nombre y decirle “tu” no tiene porqué ser una falta de respeto, al contrario. Para mí el decirle “usted” al “señor profesor” o al “señor papá de mi amiga” es una muestra de sumisión que en un ambiente como la universidad o la familiaridad de una amistad instaura una jerarquía casi infranqueable que nos arrastra más y más a un sistema viciado en que las autoridades son divinidades inamovibles, todopoderosas, poseedoras de la verdad e incuestionables.

Y eso, ¿de qué nos sirve?

Hoy, un “señor profesor”, un “doctor” que no acepta que nadie con menos de dos doctorados le hable como igual, demostró tener menos respeto por sus alumnos que Hitler con los judíos.

La situación es simple: un grupo de tres alumnos frente a sus compañeros presentando un tema, el profe y la profe sentados a un costado mirando a los alumnos exponer su tema. Un día como cualquier otro en la Facultad de Ciencias.

Pero el problema es que estos alumnos al parecer no entendieron muy bien los objetivos del trabajo que había que hacer. Eso, porque nadie lo explicó muy bien. Entonces la profe interrumpe. El alumno, luego de la interrupción intenta seguir con el hilo de lo que está diciendo. La profe vuelve a interrumpir. El alumno ya se desconcentró.

Ahora el profe mete la cuchara criticando la presentación, alegando que no se han cumplido los objetivos, tirando al suelo el trabajo de estos tres alumnos. Y los tres alumnos vuelven a sus asientos “con el rabo entre las piernas” como diría el Chavo del Ocho, sin siquiera haber podido terminar de exponer.

Y el profe… perdón, el “señor profesor”, el “doctor”, sin siquiera pararse de su asiento hace una crítica descarnada de las presentaciones que fueron y que aún no han sido.

Este personaje es un hombre muy inteligente, eso no lo pongo en duda. De hecho es tan inteligente que trató de estúpidos a todos sus alumnos, pero de manera tan sutil que nadie se dio cuenta en el momento.

Al terminar su perorata pasa el siguiente grupo de tres alumnos a presentar su trabajo. Pero no pasan ni tres minutos y vuelve a interrumpir. Y vuelve a interrumpir. Y vuelve a interrumpir. Hasta que la profe empieza a irritarse también con los alumnos… “hágame el esquema” “no me lea todo lo que dice ahí” “no quiero que me explique cosas que yo ya sé”…

Las cosas no se están haciendo exactamente como ellos las querían, por supuesto; pero nadie les dijo a los alumnos precisamente cómo era que había que estructurar el asunto.

Pero el problema no es ese… el problema es que este hombre tan inteligente, tan educado, tan culto, tan “doctor en ciencias”, tan “profesor de una de las mejores universidades de Chile” carece de cualquier nivel de tino al momento de interrumpir repetidas veces a sus alumnos, carece totalmente de respeto por sus alumnos y por cualquier persona que esté bajo su nivel académico: “en esta revista publican cosas que hasta a una dueña de casa podría entender”, le dijo a uno de sus alumnos que no había comprendido completamente un paper.

¿Respeto?… ¿me estás hablando en serio?

Por mi parte, este par de profesores, en este momento, no se merecen ni el más mínimo respeto; no después de haber tratado así a sus alumnos. Y después esperan que uno les ponga buena cara. Como dicen los católicos, “poner la otra mejilla”. No hay concepto más enfermo que ese.

Uno de los profesores que más respeto y admiro es simplemente “el Daniel” y lo trato de “tu” y le tiro tallas y nos reímos juntos. Es una de las personas que más me ha enseñado, después de mis padres. Es una excelente persona, un grandioso maestro y me inspira todo el respeto que un par de “doctores” jamás podrán merecer.


Una persona no debe ser respetada “porque si”. Las personas deben ganarse el respeto de los demás mediante sus acciones, sus elecciones y la forma que tienen de relacionarse con las otras personas, sea cual sea su nivel educativo, social, cultural, racial o el que sea.

Atte. una alumna enojada y decepcionada.

J.